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Se celebró en la Ciudad de México (D.F.) el Tercer Festival de Cine Contemporáneo (FICCO) que, consolidándose año tras año, está en vías de convertirse en uno de los referentes indispensables en América Latina dentro del cada vez más competitivo terreno  propuesto por la sobreabundancia de proyectos de ese tipo que pululan en los más diversos lugares del mundo. Inspirado en sus comienzos en el BAFICI porteño —y como este festival otorgándole preponderancia al cine realizado independientemente de las majors americanas—,  dirigido y organizado por gente muy joven y entusiasta, es un evento en crecimiento destinado a transformarse en poco tiempo en uno de lo más importantes del continente en su género. Alrededor de ciento ochenta largometrajes pudieron verse allí, divididos en varias secciones, que incluyeron aparte de las dos de competencia (una de ficción y otra de documentales), un panorama del cine mundial contemporáneo en la sección Galas, retrospectivas de Glauber Rocha y Pier Paolo Pasolini, varias películas de Claire Denis, una muestra de la producción mejicana digital, otra de películas coreanas actuales, films dedicados al tema de los derechos humanos, una selección de joyas olvidadas de la cinematografía mundial, un tributo al realizador independiente norteamericano Matthew Barney y un ciclo de películas “bizarras” exhibidas a medianoche, a las que hubo que agregar las funciones al aire libre y algunos eventos especiales como la proyección en los bonitos lagos de Chapultepec de Nosferatu, de F. W. Murnau, con el discutible acompañamiento musical del Alloy Trío y un concierto de la Michael Nyman Band, todo ello sin olvidar la proyección de numerosos cortometrajes. Como se ve, un panorama variado y ecléctico, disfrutable no solo para los cinéfilos sino también para el público que en buen número pobló las diferentes salas donde se realizaban las proyecciones.

Hay que mencionar como un acierto del festival el de dividir la sección competitiva en una dedicada a películas de ficción y otra a documentales. Está claro —y es tal vez uno de los logros mayores del cine contemporáneo— que hoy se hacen cada vez más difusas las fronteras que separan ambos géneros pero, al mismo tiempo, —y esto se pudo palpar en el reciente BAFICI— se hace problemático para cualquier jurado, aun los más inteligentes y capaces, valorar películas muy diferentes en su concepción y tratamiento, que son además difícilmente comparables. Y ya que hablamos de jurados, normalmente las “moscas negras” de los festivales por sus arbitrarias y generalmente inadecuadas premiaciones, hay que decir que esta vez su actuación fue absolutamente inobjetable en la muestra ficcional, otorgándole el galardón de mejor película a la notable La muerte del señor Lazarescu, el de mejor dirección a la china Oxhide y el premio ópera prima a la mejicana Sangre. Más discutible fue el de la sección documental (a cargo de la benemérita Fipresci) que concedió su premio a la iraní El amigo, un film simpático pero menor, en detrimento de títulos más valiosos a los que me referiré más adelante.

Pasando rápidamente por las retrospectivas, la visión actual de las películas de Glauber Rocha provoca sensaciones bastante extrañas. Valorado por buena parte de la crítica —en muchos casos europea— como el más importante realizador surgido en América Latina, su prematura desaparición alimentó considerablemente esa idea, convirtiéndolo en una figura casi mítica, situada por encima de cualquier discusión de los valores de su filmografía. Lo cierto es que hoy varias de sus películas sobreviven bastante mal aunque se puede seguir reivindicando la enjundia iconoclasta de Dios y el Diablo en la tierra del sol, en su alucinada inserción en los mitos del folclore y la historia brasileñas y su relación con las condiciones socio-políticas en que se producen, así como la arrasadora belleza visual de muchas de sus secuencias. También la profética lucidez de Tierra en trance, un título “políticamente incorrecto” y rechazado en su momento por su presunto reaccionarismo pero que hoy aparece como su film más redondo y logrado en su valoración de las conductas de la “izquierda” brasileña y, por extensión, latinoamericana. Pero otras de sus obras, más allá del carácter torrencial (más bien cabría decir aluvional) de muchas de sus imágenes se tornan pedantes y aburridas, con una sobredosis de “godardismo” tardío, confusas desde su ideología (vg. en La edad de la tierra se reivindican a los militares golpistas brasileños) y estéticamente fechadas. Por lo tanto, es aconsejable ser categóricos y afirmar sin tapujos que si Glauber Rocha ocupará un lugar en la historia del cine será por los dos films primeramente mencionados. De todas maneras, no deja de ser interesante la posibilidad de ponerse al día con la obra de un realizador de gran influencia dentro del cine latinoamericano.

evangelio
El evangelio según San Mateo

Un caso de algún modo afín es el de Pier Paolo Pasolini, un artista polifacético que, entre otras cosas, se dedicó al cine. Director de películas notablemente controvertidas y con diversos problemas de censura (El evangelio según San Mateo, Teorema, Saló) en sus primeros films propuso una suerte de relectura del neorrealismo tradicional, expresada en Acattone, uno de sus films más entrañables y Mamma Roma, con una descomunal Anna Magnani que, literalmente, se devora la película. Si El Evangelio según San Mateo se sostiene en su caracterización de la figura de Jesucristo en una dimensión “humana”, Pajaritos y pajarracos —lamentablemente no exhibida en la muestra— aparece como una lúcida fábula sobre la política italiana de esos tiempos y Edipo Rey transita con acierto, en su muy libre adaptación de la tragedia de Sófocles, las relaciones entre la antigua Grecia y el mundo burgués contemporáneo, esas relaciones se transforman en poco verosímiles en Medea. En cuanto a sus alegorías socio-políticas (Teorema, Porcile), aparecen hoy forzadas e inconvincentes y algo parecido ocurre con “la trilogía de la vida”, films —a pesar de lo que digan sus exégetas— carentes de frescura y espontaneidad y en los que, de manera casi permanente, se bordea el mal gusto gratuito. Nada de eso ocurre, más allá de las apariencias, en Saló, la última película de Pasolini y su auténtico testamento fílmico, una obra absolutamente desesperada y, tal vez, premonitoria de su asesinato y un film que relaciona con infinita audacia (hoy sería una película inimaginable de realizar) las ideas del Marqués de Sade con la ideología del fascismo italiano. Película sombría y pesimista, no fácil de sobrellevar, en la que sí está justificado el “mal gusto” de algunas escenas, sigue siendo hoy una obra mayor del cine de los 70.

Pero la sorpresa de esta retrospectiva de PPP fue el rescate de dos títulos considerados menores pero que poseen una vigencia y lozanía ausente en otros films más prestigiosos del realizador; me refiero a Encuesta sobre el amor y Apuntes para una Orestíada africana. En la primera el director, micrófono en mano, interroga a italianos de diferente origen geográfico y extracción social sus ideas sobre el sexo, la prostitución, el divorcio, la homosexualidad y otros ítems y el resultado es un fresco sorprendente y de fuerte acento testimonial sobre el conservadurismo moral de la sociedad de su país. En cuanto a Apuntes..., PPP parte de la idea de filmar la tragedia de Esquilo en Africa, por lo que se dirige a ese continente en la búsqueda de nuevos rostros y locaciones para llevar a cabo esa idea. Pero la película trasciende la propuesta original para transformarse en un agudo documental sobre la vida cotidiana en esas tierras, mechada de lúcidas reflexiones sobre el credo ideológico y estético del realizador. Además  cuenta con la formidable música del saxofonista argentino Leandro “Gato” Barbieri a quien se puede ver en una suerte de concierto dentro del film de casi quince minutos. Lo dicho, dos obras consideradas menores pero que fueron la auténtica revelación de esta retrospectiva.

También tuvo gran interés la muestra dedicada a Claire Denis, una realizadora muy personal, tal vez no suficientemente reconocida por crítica y público. Si bien no soy un incondicional de sus películas (Nenette et Boni no me gusta demasiado, Vendredi soir me parece un ejercicio de estilo de tono menor) varias de sus películas están entre las más interesantes que puede ofrecer el cine actual. Gran admiradora de Maurice Pialat, un gran director situado en los márgenes de la industria del cine francés, su infancia transcurrió en una colonia francesa en África, algo que se refleja en los choques culturales e interraciales que se producen en varias de sus películas (Chocolat, S'en fout la mort). Si Beau travail, una muy libre adaptación de Herman Melville, puede verse como una relectura de El soldadito, de Godard (no casualmente Michel Subor, protagonista de aquel film, aparece aquí en un papel importante), Trouble Every Day, a través una aparente historia de vampiros, ofrece una visión “nocturna” y pesadillesca de Paris, totalmente ajena a los clisés turísticos a los que el cine nos tiene acostumbrados. En estos films, más que la estructura dramática de los relatos, importan los climas y el poder sugerente de las imágenes, oscilando permanentemente entre lo real y lo onírico. Estos rasgos se acentúan en L'intrus, su último trabajo y una de sus mejores obras. Llevando al límite su sistema de corte directo sin transición entre las situaciones reales y las oníricas (algo que emparienta la película con la Belle de jour buñueliana) y la recurrencia a las elipsis, Denis crea un film totalmente a contrapelo de la narración convencional en el que cada secuencia ofrece alguna situación sorprendente. Libérrima traslación de la autobiografía del filósofo francés Jean-Luc Nancy, El intruso es una de esas películas inagotables que nos descubre ideas visuales y narrativas nuevas en cada visión. 

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La muerte del señor Lazarescu

Pasemos ahora a reseñar brevemente los títulos más interesantes vistos en el FICCO fuera de las retrospectivas. Como se dijo, la premiación de la sección competitiva de ficción fue inobjetable y el galardón a la mejor película recayó en La muerte del señor Lazarescu, segundo film del rumano Chris Puiu. El escaso reconocimiento internacional al cine de ese país proviene casi con exclusividad de la obra del veterano Lucien Pintilie, un realizador con una interesante filmografía, pero a partir de ahora habrá que agregar el nombre de Puiu a esa lista unipersonal. Desde lo argumental, el film narra la odisea de un hombre que una noche comienza a sentirse mal y es trasladado por una ambulancia a distintos hospitales donde le van negando sucesivamente atención, a la vez que le dan diferentes diagnósticos de su dolencia mientras su estado se va deteriorando cada vez más.
Una lectura superficial del film lo podría caracterizar como una comedia negra que satiriza la burocracia médica, pero el relato va ingresando progresivamente en zonas cada vez más dolorosas y trágicas —aunque sin desdeñar cierta dosis de un humor absurdo y perverso— que le otorgan un tinte marcadamente kafkiano, a la vez que propone una lúcida reflexión sobre la precariedad de la condición humana dentro de cualquier sistema social. El film se desarrolla a través de prolongados planos secuencia en los que hay una excelente utilización de la cámara en mano, y un convincente desarrollo dramático de algunos personajes, como el de la enfermera que acompaña el doloroso periplo del protagonista, y el trabajo de actores es uno de los más homogéneos y convincentes vistos en los últimos tiempos. Una gran película que hace esperar con marcado interés futuras obras del director.

Oxhide: piel de buey, es la ópera prima de Liu Jiayin, una directora china de apenas 24 años, y es un film que, como mucho del mejor cine contemporáneo, oscila de manera permanente entre lo documental y lo ficcional. Rodada en video en 23 planos fijos la película —interpretada por solo tres personajes, la directora y sus padres—, integrantes de una familia de clase media china, nunca muestra la totalidad del espacio donde transcurre la acción (el departamento en el que viven) ni los cuerpos completos de los protagonistas, lo que permite un excepcional uso del “fuera de campo”, a la vez que hay una excelente utilización del scope. También las aparentes conversaciones banales de los personajes ofrecen una sutil mirada sobre los cambios ideológicos producidos en la sociedad china con el advenimiento de modelos capitalistas de producción. Otra realizadora definitivamente a seguir.
Sangre, del español radicado desde niño en Méjico Amat Escalante, fue la ganadora del premio a la mejor ópera prima. Escalante ha sido asistente del promocionado Carlos Reygadas (el de Japón y Batalla en el cielo) y, afortunadamente, su cine aparece como mucho más interesante que el de su mentor. El film está planteado como una relectura de los teleteatros mejicanos y en él  hay sexo, discusiones banales, jovencitas drogadictas, etc., aunque eludiendo los clisés del culebrón y optando por una puesta en escena de tono definitivamente antinaturalista que, contrapuesta a las distintas situaciones argumentales, provoca un curioso efecto. La película en su último tramo pierde el rumbo y cae en algunos efectismos recargados pero es, de todas maneras, un debut por demás interesante.
Hubo en esta sección algunos otros títulos atractivos como la rusa 4, de Ilya Khrzhanovsky, un film con una secuencia inicial impresionante pero que luego, con su narración fragmentada y su tono algo solemne y grandilocuente, va perdiendo fuerza aunque se atisba allí a un director de talento.
La última fiesta del presidente, del coreano Im-Sang-soo, transcurre el día del asesinato del dictador Park-Chung-hee en 1979 y tuvo algunos problemas de censura en su país por su mirada crítica sobre el personaje. De todos modos, la película no va mucho más allá de un thriller político “alla” Costa-Gavras, con algunos toques de humor negro.
Un film curioso es Johanna, del húngaro Kornél Mundruczó, que está producido por Bela Tarr y es una versión operística de La pasión de Juana de Arco, centrada en una joven drogadicta que decide cambiar el rumbo de su vida y ayudar a otros pacientes entregando su cuerpo. Por momentos provocativa, en otros inconvincente es, de todos modos, un film no exento de interés.

Como se dijo, en la sección competitiva documental fue premiada la película iraní El amigo, de Sara Rastegar pero los títulos más valiosos fueron otros, comenzando por Hacia el gran silencio, del alemán Philip Groning. El director trajinó durante más de quince años para poder penetrar en La Grande Chartreuse, un monasterio de monjes cartujos —una orden fundada en el siglo XI considerada de las más ascéticas del mundo— enclavado en los Alpes y el resultado es un documental de una austeridad ejemplar que refleja sin la interferencia de ninguna voz en off, ni entrevistas, ni tampoco música alguna (hay solo sonidos ambiente, el tañido de las campanas, las oraciones en latín que rezan los religiosos y algún ocasional diálogo) la vida cotidiana de un grupo de hombres que han decidido entregar su vida al silencio, la oración y la meditación. Lo sorprendente en este film de casi tres horas de duración (podría también durar 20 minutos o dos días) es el ritmo interno que logró otorgarle el director, con un minucioso trabajo de montaje, y haciendo que cada plano dure exactamente lo necesario. Una película tal vez no para todos los públicos pero de un rigor y una convicción en su propuesta absolutamente infrecuentes.

Otro gran documental fue Workingman's death, del austriaco Michael Glawogger, en el que se muestran, a través de diversos episodios rodados en diferentes partes del mundo algunos de los oficios más extremos y peligrosos (minas de azufre en Indonesia, un matadero en Nigeria, un desguazadero de barcos en Pakistán). El mérito mayor de la película es la intensidad y fisicidad con que están mostrados esos trabajos, sin recurrir a ningún tipo de explicación ideológica y permitiendo que las imágenes hablen por si mismas; el resultado son algunas secuencias de una intensidad poco común y por momentos no fáciles de soportar. Tal vez el último episodio ambientado en China se resienta por cierto tono triunfalista ausente en el resto del film, pero el balance es claramente positivo.
Algunos críticos valoraron mucho Al Este del paraíso, del polaco Lech Kowalski, un trabajo en dos episodios los que el realizador intenta establecer un paralelismo entre la dura vida de su madre, prisionera en un gulaj soviético y su propia experiencia en la escena punk neoyorquina. Las dos partes del film aparecen como demasiado diferenciadas y es difícil vislumbrar aquel paralelismo a través de lo que proponen las imágenes, quedando entonces como un intento fallido y de menguado interés.
También se vio en esta sección 1973, del mejicano Antonino Isordia. El título de la película, estructurada en tres episodios, responde al hecho de que los protagonistas de los mismos nacieron todos en ese año, lo mismo que el realizador. Rodado con una película de grano grueso y contrastado (según Isordia, para trasmitir los problemas que provoca en su visión la polución del D.F.), el film es una mirada desesperanzada y casi nihilista sobre la clase media mejicana, despareja en sus resultados —el último episodio, sobre un muchacho que asesinó a su familia, es superior a los otros dos— y que muestra a un realizador desequilibrado pero con rasgos de talento.

Quiero hacer también referencia a algunas películas proyectadas en la sección Galas, una suerte de panorama del cine contemporáneo. Three Times, la última película de Hou Hsiao-Hsien, como su nombre lo indica, transcurre en Taiwán a lo largo de tres episodios diferentes que están protagonizados por los mismos actores. El primero, ambientado en 1966, es una historia aparentemente mínima, narrando los encuentros y desencuentros entre un soldado y una muchacha que trabaja en distintos pubs de billar. Lo notable es como el director con muy pocos elementos y valiéndose de pequeños detalles, consigue recrear de manera increíblemente vívida los avatares de la relación amorosa. Una pequeña obra maestra. El segundo episodio transcurre en 1911, período de la ocupación japonesa y el director se vale de algunos recursos del cine mudo, como la intercalación de subtítulos, para narrar una sombría historia de amor. Si en este episodio se detectan ecos de su film Flores de Shanghai, en el tercer capítulo, ambientado en 2005 en el Taipei moderno, Millennium Mambo aparece como una clara fuente de inspiración con su narración libre y desprejuiciada.

Un gran film visto en el FICCO fue Les Amants réguliers, de Philippe Garrel, un director que a estas alturas merecería que en algún lugar se haga una retrospectiva completa de su obra. De manera consciente o no la película es una respuesta a Los soñadores, el infame bodrio que Bernardo Bertolucci le dedicó al Mayo del 68, en este caso rodada en blanco y negro y con los tempos habituales del director. Más una historia de amor en tiempos difíciles que un film político, el film trasmite en cualquier caso con notable intensidad el hastío, la euforia y el desencanto que signaron aquellos recordados tiempos y es, en su espíritu, muy cercano a La mama y la puta, la obra maestra de Jean Eustache, aunque el tono asordinado de la película de Garrel es bastante diferente al mucho más angustiado y exasperado de aquel film, aunque los dos comparten la misma desesperanza.

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Bashing

Un must absoluto. Bashing, séptima película de Masahiro Kobayashi, está bastante alejada del virtuosismo formal que caracteriza a buena parte de la producción asiática actual para convertirse en un austero registro de las dificultades que debe sobrellevar una muchacha japonesa que ha sido rehén de grupos terroristas en Irak cuando, al regresar a su país, es despreciada y acosada por sus propios compatriotas. Utilizando la cámara en mano durante gran parte del film, un poco a la manera de los hermanos Dardenne, el director evita cuidadosamente la identificación del espectador con su desdichada protagonista y, al mismo tiempo, muestra a un Japón desconocido, rústico y poco amable, bien alejado de la imagen urbana y exitosa que trasmiten otras películas de ese origen.
El salvaje y azul más allá es un regreso de Werner Herzog a su mejor forma en una suerte de falso documental. Narrada por un Brad Dourif que parece escapado del hospicio más cercano y planteada como una suerte de fantasía de ciencia ficción en un registro semidocumental (se utilizan los más diversos materiales de archivo) el film muestra el tono alucinado  de los mejores trabajos del director y abre nuevas expectativas sobre el futuro desarrollo de su obra.
Otro film de interés visto en el FICCO fue El filmador, del francés Alain Cavalier, un realizador tan personal como imprevisible. Tercer trabajo de una serie autobiográfica es, sin embargo, el primero en el que el director se filma a si mismo y registra sucesos ocurridos en la última década entre los que están la muerte de sus padres y la enfermedad de su esposa. A pesar de sus premisas, la película está alejada de cualquier alarde narcisista y muestra una saludable dosis de humor para enfrentar situaciones irremediablemente dramáticas. Una ratificación de que Cavalier es un realizador con pocos puntos de contacto con cualquier otro, francés o no.
Y no quiero terminar esta crónica sin referirme brevemente a una obra maestra de solo veinte minutos de duración, el cortometraje Oscura es la casa, visto en el ciclo Joyas Olvidadas y rodado en 1963 por la poetisa iraní Forugh Farrokhzad, muerta prematuramente a los 32 años en un accidente. Trabajo de encargo para el Ministerio de Salud de su país que sobre una comunidad de leprosos en una ciudad de Irán, excede ampliamente sus premisas iniciales para convertirse en una obra maestra en la que la realizadora recorre el lugar mientras recita en off algunos de sus poemas, dentro de un relato de notable concisión, con momentos de una tremenda crudeza y otros de un intenso lirismo. Un film único que podría definirse como una cruza de Freaks, con Las hurdes buñuelianas y una auténtica perla descubierta, al menos por mi, en este festival.
Como se dijo al principio, esta tercera edición del FICCO ratificó la importancia de este festival en el contexto de América Latina, algo que sin duda se confirmará en futuras ediciones. Ojalá, que como esta vez, podamos estar presentes.

Tren de sombras Núm. 6, verano de 2006.
© Jorge García y trendesombras.com